“…Déjenme darles una noticia mala y otra buena: prepárense para experimentar una pérdida progresiva del olfato
a partir de los cuarenta años, pero dispónganse también para
disfrutar cada vez más del olor de sus recuerdos.”
Ann Noble.
A veces de la nada, sin que nos lo propongamos, muchas de las imágenes de nuestro pasado llegan por medio de los aromas y probablemente la gran mayoría de estos recuerdos desembocan alrededor de los alimentos, por lo tanto son momentos de gran felicidad.
El olor del mole que preparaba mi abuela vuelve a estar presente cuando camino por ahí y alguién tuesta chiles y ajonjolí. Puedo hacer un largo recorrido sin más boleto que el que me brinda el olfato. Claramente vuelvo a estar en la mesa de la abuela con el mantel deshilado especial para fiestas, dispuesto a soportar mi cotidiana torpeza al coordinar la boca con mis dedos y pringarlo de gotas oscuras que se escurren de la tortilla.
Qué mejor perfume que el de las manzanas recién cosechadas, guardadas en la bodega de mi cuñado esperando ser vendidas. Uno de mis mayores deseos de mi niñez era poder atesorar en un frasquito esa fragancia cítrica para luego untarla en mi piel cada vez que yo quisiera. Andar por ahí impúdica y seductora con ese aroma de manzana verde. ¿O qué tal la belleza del olor de la tierra mojada que brinda tanta paz como ningún otro? Cuanto bien me haría en estos momentos.
Ah, pero por desgracia los mejores aromas de nuestra vida no los almacenan para embotellarlos y poderlos usar cuando queramos. Se quedan ahí, guardados en una atmósfera de sublimación e intimidad. Sólo nos queda el consuelo de volverlos a vivir en nuestra memoria una y otra vez, como si encendiéramos pequeños cirios que iluminan el camino que nos guiará de regreso a ese paraíso perdido.
Nuestro olfato nos lleva a una isla del pasado, nos alegra el presente y nuevas ansias nos conducirán a disfrutar el futuro.














Hoy porque tienes tu ajonjolí ya no te quieres acordar de mí 





Este año el número de concursantes alcanzó más de 1000 mujeres, todas oriundas del Valle del Mezquital para participar en un concurso con flora y fauna de la región. Esta es una feria muy original porque los productos que se utilizan para preparar los platillos son en su mayoría animales e insectos silvestres, además de una gran variedad de flores de cactáceas, maguey, palmas, sábilas y otras plantas que sólo crecen en ese clima y en esta época.
No voy a reseñar sobre los diversos animales como zorrillos, tejones, tlacuaches, ardillas, lagartijas y demás mamíferos que sorprenden por tan sólo imaginarlos para comer. Ahí dejé las degustaciones de cada uno de ellos. Mi interés gastronómico, en esta tercera vez que asisto, iba dirigido especialmente hacia los guisados a base de flores e insectos, que definitivamente es lo mío.



Un acercamiento a la manita de palma, unas flores sencillas, podrían parecer tan insignificantes, pero de un sabor tan rico, tan sutil.
Estas son las flores de garambullo, los niños están sentados en quiotes secos de maguey, así como la maceta del mismo material.





Esta es la flor del gualumbo, se quitan los pistilos y el caliz y se cocinan, muy 
Doña Lucrecia era de lo más amable y desenvuelta, nos tenía encantados con sus tortitas de maguey, su salsa de chicharras y un platillo más que preparó su hija de avena con chicharras. 

Bordados y tejidos de Ixtle, la fibra del maguey 

