"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

lunes, noviembre 27, 2006

Por fin se va el cretino


Albricias ante estas ruinas que ves

Jorge Moch

Seis años bastaron, Vicente, para que con tus equívocos conocimientos gerenciales de escuelita cocacola, con tu ignorancia en ristre, tu arrogancia y el folclorismo que alguna vez creímos que era candidez pero era máscara perversa, de quedabién para sumar votos, enfrentaras a los mexicanos en contra de los mexicanos. Nadie antes lo había logrado. Ni siquiera Salinas, que ya es apoteósico decir maldad y pragmatismo de ultraderecha. Ni Díaz Ordaz, que parece salir de su sarcófago encarnado en tu gris sucesor. Nadie nunca antes en un gobierno mexicano había exhibido tan poco amor por México y tanto amor por los señores del dinero y los señores del norte, tus ex patrones o patrones todavía vigentes, según parece, como tú y tu mujer. Igual que tus antecesores priístas desde la presidencia solapaste el tráfico de influencias de tus parientes, de los hijos de tu mujer y algunos de tus más oscuros alecuijes, como Diego Fernández de Cevallos. Nadie hubiera creído que te aliarías con lo peor que ha dado la mafia política de este país, como Miguel Ángel Yunes, Víctor Flores, Emilio Gamboa o el clan Hank. Seis años más que suficientes para que te creyeras tus mentiras televisadas, tus gazapos, tus yerros, tus impericias. Te quedó grande, grandísimo el traje. Se te escurrió, holgada, vencida y manchada, la banda presidencial. Seis años bastaron para el desprestigio en Latinoamérica hermana.

Dejas el país con abismales desigualdades sociales y económicas, arropado con el maquillaje de la macroeconomía. Fuiste un buen empleadito vocinglero de las televisoras, un enemigo del congreso, un artesano de la doble moral. Te vas y qué bueno. Nos falta lidiar con la bosta que nos dejas hasta el cuello. Nunca vuelvas. Piérdete. Bórrate. Lárgate por fin de nuestras vidas.


Tomado de la Jornada Semanal No. 612 Noviembre 26 de 2006,

jueves, noviembre 23, 2006

Algo de lingüística

Que hoy a las dos de la tarde con veinte minutos falleció el palomo que mi mamá había recogido en el parque. Era un palomo enfermo, sus padres lo echaron del nido a picotazos y entre los picotazos le vaciaron un ojo, además tenía la cabeza llena de verrugas. Cada que iba a ver a mi madre me recibía un tufo apestoso que venía del palomo.

Columbicultor es el que se dedica a la crianza de palomas, viene del latín columba: paloma.

Mi madre siempre a sido una especie santona curadora con los animales, las plantas y los niños. Ha salvado a muchísimos palomos, perros, gatos, pájaros; a mi hija Mariana y a mi sobrina Lupita en momentos de verdadera gravedad. Eso sin contar los otros tres nietos que cuidó con su peculiar estilo, pero ahí están todos vivos y con ojos.

Con las plantas sus manos son mágicas, con ella cualquier espiga seca y sin esperanzas resucita y reverdece, podría decirse que al menos esa cualidad tengo de ella. He aprendido el nombre de muchísimas plantas y flores, tengo especial predilección por las suculentas o como diría la doctora Bravo: Crasuláceas endémicas. Incluyendo todo tipo de agaves que crecen en mi azotea, sueño con agaves. Agave viene del griego y significa admirable.



Con este frío tan perro, no podía faltar un ídem que se me arrimara. Una señora metió de contrabando uno al hospital, cinco horas en la sala de espera y el canijo se me pegaba y se me pegaba, luego quería la señora que le hiciera cariñitos, ¡ni madres qué!, ni a la Tana de Antoinette le hago caso. Me cansé y la denuncié con la trabajadora social. Si a mí me revisan la cajuela antes de meter el coche al estacionamiento no sea que meta una bomba, ¿por qué a esa señora le permiten meter a su perro al hospital?

Cino, viene del griego kyon, kynós: perro
Cinorexia, hambre canina
O sea, como me dijo mi maestro Arrigo Coen, yo soy una cinofoba con cinorexia. ¿O seré misócina?
Mi vecina es cinofila

miércoles, noviembre 22, 2006

Dia del Músico

Ningún arte puede estar por encima de la música, esta tiene el poder de transformar y crear atmósferas únicas. La música contiene la esencia del alma y la esencia del mundo, capaz de iluminar un día frío y nublado como este. La música inaugura silencios y penetra en los más hondos recovecos del espacio en donde estemos. Con todos sus instrumentos, ritmos, tonos, compases y hasta voces.

Felicidades en su día a todos aquellos que con su talento nos dan tanta dicha, tanto goce, creo que es de los pocos días que felicito a la gente por su profesíon. No lo hago con los médicos, sí con el cartero, no con el abogado, sí con abañil.

Vaya pues este saludo en tono de sol menor para todos los músicos.

viernes, noviembre 17, 2006

Se cerró el ciclo

Las clases se acabaron, a partir de aquí empieza el verdadero rigor, comienza la verdadera disciplina para escribir. Pero sobre todo para leer, porque leer es fervor, es recogimiento, es humildad. Ser un buen lector es lo que cuenta, escribir es pura soberbia y egolatría, es más fácil.

Este pequeño librerito inmediato a mi compu, en este desorden y caos, así terminó mi cabeza y mi ánimo. No sé si aparte es el plus que despues de haber ido a festejar nuestra salida regresé a tomarme con Gonzalo mi botella de ajenjo que por fin me compré, porque nadie me la regaló en mi lista de cumpleaños (véase mes de julio). Se hizo todo el rito del terrón de azúcar y la cucharita, el hada verde provocó una noche de lujuria y una cruda bastante dispareja.

Yo sigo encantada con la segunda lectura de Huckleberry Finn, de verdad que es un libro portentoso, no en valde como dice mi maestra de literatura infantil y juvenil es un libro amado por la crítica y desconocido por el público, es el libro de donde proviene la literatura de Faulkner, de Hemingway, de Eliott y de Salinger. Por lo pronto en lo que digiero todo, voy a tumbarme en una balsa en medio del Misissipi a descansar panza arriba, observando el cielo raso.

martes, noviembre 14, 2006

Se acerca ya....

Poco a poco me estoy precipitando al final, sí, al final de mis clases.

Para que después sufra el síndrome de "¿AHORA QUE ACABE LA ESCUELA, QUÉ VOY A HACER EN LAS TARDES?" Ya sé las respuestas, no necesito ayuda, pero de que me va a dar, me va a dar.

Acabé por fin mi guión de cine, ¿diálogos inteligentes?, después de ver Smoke lo dudo.
Mañana sigue el guión de dramaturgia, no lo he acabado, y la misma pregunta me hago.
Jueves, el ensayo de Huckleberry Finn, que multen a todas las editoriales por vender el libro resumido, que asco, que decepción, tuve que comprar tres ediciones. Como si los niños no fueran a entenderlo. La misma fregadera han hecho con la edición de Moby Dick. ¿Qué, no hay manera de reprenderlos? La edición chafa que todavía conservo es la de Edimat Libros, sí, ya sé que me costó como veinte pesos, ¿a quién se le ocurre?, a mí que soy una idiota cándida. Luego compré otro, que sí conservé la nota, lo pude devolver y comprar la edición de Nómadas del tiempo, de Edebé, ¡Qué diferente! Había leído otro libro antes.

Y hoy ir a apoyar a mis compañeras Elsa y María en el Encuentro de Internacional de Mujeres Poetas, En el país de las nubes y las comunidades indígenas de la Región Mixteca. Un ecléctico aquelarre de mujeres poetas en Bellas Artes. Mis compañeras felices, radiantes y llenas de proyectos.
Como se fueron a celebrar con su grupo, Edgar y yo aplacamos el hambre en el Moro, con churros, chocolate y tortas de pastor.
Qué horror, con la panza llena no me salen las ideas para el guión de dramaturgia. Ya me gustó trabajar bajo presión.



martes, noviembre 07, 2006

Un relato erótico

Tanto pasarme los fines de semana leyendo un libro por semana para que mi maestro de Narrativa Latinoamericana dijera que fuimos un grupo muy güevón para leer. ¡Qué poca! No todos llegábamos en blanco, mínimo leíamos un resumen en internet, jaja,... eso no es cierto. Gonzalo me odiaba por no salir y hasta se consiguió otra novia, Mariana me reprochaba por no pelarla y ponerle atención y Amanda... a esa le daba igual. Bueno, con decirles que ni cocinaba, me la pasaba comiendo chile con carne y carne con chile en la fonda de mi amiga Jasmín.

La única mujer que leímos en el curso fue una uruguaya: MAROSA DI GIORGIO que ya me había presentado mi querido maestro Saúl Ibargoyen en su cursos de poesía. Esta vez leímos su novela LA REYNA AMELIA. Un autor nos sorprende por abrirnos los ojos ante una visión del mundo original y perturbador, en este caso Marosa di Giorgio crea un universo autónomo e inaudito, va en busca de imágenes y asombra con ellas. Está fuera de todo lugar y atmósferas comparables. Definitivamente no es un libro común. Marosa no se parece a nadie y el común denominador es que los acontecimientos se desarrollan hasta sus últimas consecuencias.

La pasión de su temperamento está habitada por un mundo de vacas y zorros, con uvas y berenjenas, de excentricidades que crecen bajo tierra, reboza de sensualidad, es una observadora de la naturaleza descubre una belleza intrínsecamente instalada en las cosas cotidianas que a uno como simple observador sólo nos queda abrir los ojos con envidia.

En poesía tiene una obra bastante prolija: Los Papeles Salvajes, Flor de Liz. Su novela: La Reyna Amelia. Un libro de cuentos: Misales, Relatos Eróticos, todos en la editorial Adriana Hidalgo y todo es recomendable, pero hay que buscarlos, no son fáciles. Yo tuve que adquirir la Reyna mediante un chantaje de mi hermana, ella me conseguía el libro a cambio de un montón de recetas para el desayuno.

Hay una página en Internet donde ella misma narra sus poemas. Dicen que era todo un espectáculo sus presentaciones.
De su libro de cuentos: Misales, relatos eróticos les dejo esto.


Misa con Hilda y Tatú

Cuando el gran Tatú nació ya era grande. Tenía costras, bigotes y un miembro enorme que llevaba escondido y que cuidaba mucho. Era su joya. Se daba cuenta. Sus vecinos quisieron ponerle un pantalón, lentes, y él se negó. Darle un trago de anís, que no quiso.

Lo sensato era buscar mujer. Eso sí que sí.

Había varias. En sus ocultas recorridas, las veía. Iban de negro con delantal de plata.

Tenían perfume a azar porque se alimentaban casi sólo con naranjas.

A ninguna se le dibujaba más. Como si fuesen mantos que caminasen.

¿A cuál pescar y gozar?

El Tatú estaba inquieto. No se dormía. Sus cáscaras belludas se dañaban un tanto al darse vuelta sobre la tierra de su cocina, ansiando a la que no lograba matar para sí. Pero no, que no estuviese muerta. Acaso después la devoraría. Se nutría de hierbas, pero estaba dispuesto a ser carnívoro. Cómo no. Y en eso descubrió a Hilda; primero le pareció que la llamaban “Elvia”, pero no, era “Hilda”.

Su nombre, el suyo, Tatú, le pareció sonaba lúgubre, las dos sílabas de madera Ta-Tú.

–Y bien, Hilda, te mondará un tatú. Aquí estoy. Yo soy– se dijo, como si ella también tuviera cáscaras.

La casa de Elvia, de Hilda, era vieja. Vio la pared, gris, un poco triste, un poco sucia.

Adentro había más mujeres. La madre y hermanas de Hilda, a la que vio sentada atrás de una mata de flores nevadas, finitas, y adentro de su recta pollera de plata. Vio que Hilda bebía una naranja. El vinillo de la naranja le corría por la cara, la mareaba un poquito.

Sobre la casa había una nube grande, nívea, ahora; deja en sombra todo lo de abajo.

El novio de Hilda conversaba dentro.

El tatú estaba arriba de un tronco. Parecía un pedazo de madera; esto le daba seguridad y tristeza. Tenía el manto rígido. Cara de anciano, angosta y lustrosa. El sexo como una draga. No se atrevía a llamarla. Nunca se habían mirado. Miro y vuelvo a mi cocina. Sólo mirando. No quería casarse con otra. Sólo con Hilda.

Esta tenía la cara redonda, blanca, afelpada, los ojos negros, un poco saltones, la boca colorada, por donde comía naranjas. Era lo único que sabía de ella. Aunque mirarla ya era disfrutar solo.

Pero quería crucificarla.

Tal vez no le viniese mal el trago de anís ahora. Y dar el asalto final.

Se ilusionaba. Le parecía que Hilda lo conocía, que lo entreveía, que ahora lo estaba espiando. Pero si era así ¿cómo no venía a él? (Él no podía mostrarse) y se quitaba las polleras? ¿Qué habría debajo? La pollera parecía una tabla lisa, color aluminio de ollas, daba espanto.

Le vio los pies chicos y desnudos y un poco gruesos.

Se atrevió a dar un silbido, un leve “chist”. Que ella no oyó. Contestó un pájaro.

La noche se venía. La nube se había vuelto sombría.

De las manos de Hilda partió la naranja vacía. ¿Iría a comer otra?

En eso Hilda se agachó y orinó. Al Tatú se le erizaron las cáscaras y el vello que las salpicaba.

Vio que Hilda arrancaba flores blancas y las pasaba en ramos por su sexo. Le vio las piernas gruesas y netas. Y algo combas como si ya hubiesen albergado a varios.

Se dirigió. Temblando se le dirigió.

Pero en ese mismo instante la casa se acallaba y se entreabría. Un señor salió. Alcanzó a ver con la luz de la noche que era joven y apuesto. Vio que era el novio de Hilda.

Se acercó al rostro de ella. Dijo, fuerte, para que oyeran desde la casa: –Venga, señora Hilda, vamos a cortar naranjas.

El tatú se metió en su sitio. Observaba como con gafas. Todo lo veía aumentado y brillante.

La pareja trotó riendo, mirando un algo hacia la casa. La pareja se metió en un naranjo.

Lo que aquellos habían dicho era cierto.

Se le venían cerca. El novio decía: –Señora Hilda, nos casaremos. La vi orinar y afelaparse con flores. Estoy con usted querida señora. Sus hermanas están solas, no esté sola usted. La casó yo. Yo la cazo.

Ella dijo con una voz de hilo que se fue haciendo obesa: –Mis señoras hermanas, todas ya tienen marido. Sola estoy yo.

El novio pareció asombrado.

–De noche las visitan. Yo lo veo.

–Ah.

El tatú y el novio escuchaban asombrados.

La señora Hilda se entregó. No sabía bien cómo hacerlo. Topó al novio. Le mostró un seno, que sacó fugazmente y volvió a esconder en el vestido plateado y negro.

El novio quedó rígido. Se dijo: –Esta diabla.

Y rectificó para sí: –Esta Santa, aun sin marido.

Pero empezó a temer.

–Sí...cazáramos otra naranja.

–No.

–Bien.

–¿Tiene miedo, señor? No aguardo más. Mi casamiento es hoy. Aquí.

Las ramas por el viento se mecían de un modo raro como si no fuera por el viento.

El novio vacilaba. Le parecía que no era el día todavía, no se animaba.

Miró vagamente hacia el lado de la casa. La abrazó un poco, pero sin ser eficaz. Le dijo al azar: –¿Cómo está, ternera?

–¿Cómo voy a estar?

Pasaba el tiempo. Él, a ratos, decía: –Señora. Señora. Doña Hilda.

Y era casi una súplica, como si le dijera: –Vístase ya. Otro día. Otra noche.

Porque la señora Hilda estaba desnuda sobre su recta faldina de plata, los pies en el suelo carpían un poco cómo impacientándose, cómo si estuviese atada.

Las flores blancas, livianas, que había por todos lados, le rayaban el rostro.

La luna se metió por entre los ramos; vierónse el ombligo de ella, el de su nacimiento, las chicas tetas sin hijos, el virgo casi sin luz, bajo el pelo un poco brillante cómo si lo hubieran prendido llama. “¿Se estará quemando?”, pensó el novio que un poco ya deliraba.

Cuando la iba a abrazar, a engarzarla hasta el hígado (su hígado que sería floreado y quemante), alguien saltó a la pista. Estaba en cuatro, y se puso en dos pies.

¡Qué ser extraño! ¡Tan grande! ¡Tan chico! ¡Su cuerpo de piedra! ¡Sus ojos como una raya bajo las orejuelas! ¡Su manito!

El novio apretó a la señora Hilda, que gimió contra él, que cantó, como si él le hubiese tocado la médula!

–Retírese –decía el novio al otro–. Maldito. Retírese. Es mi señora. Ahora me posesionaré ¡ya! Salga. No quiero testigos. Lo mato. Retírese.

El Tatú no se abría. No murmuraba. Apretaba la boca finita, tremolaba adentro de la caja, chistaba, babeaba, peleando por Hilda. El novio sacó una navaja que parecía que no llevaba se la metió en el cuello, abajo de las cáscaras. La vista se oscureció al Tatú. Sangró su dura camisa. Pero aun volvió a ver. Era muy duro.

La señora Hilda hizo una carcajada boba. Dijo: –El bicho ¿que quería?.

El novio dijo: –Lo que vamos a hacer ahora. Quería lo mismo que usted y que yo, señora.

Gozaron un poco. La señora Hilda se portaba bien, daba grititos sinceros, y él la picoteaba, lacerándola suavemente por doquier. Ella se quería quedar.

Pero él estaba inquieto; miraba hacia las ramas; no podía serenarse y enloquecer y arder de verdad, no podía.

En un momento dijo: –Despréndase, señora Hilda, despréndase ya. Yo me voy. Conmigo ya está. El otro tiene derecho, también.

sábado, noviembre 04, 2006

Entre ágaves y caña














Charanda y tequila, juntos pero no revueltos







TOCUMBO, Michoacán, dicen que de aquí salieron todas las conocidísimas paletas y helados de "La Michoacana" para desperdigarse por todos lados del país y hasta para exportación.

Lo que sí es cierto es que el lugar es un centro de ventas de productos para la manofactura de helados y paletas. También venden aguas, como una de lima que me encantó.

viernes, noviembre 03, 2006

¿Qué tanto comen en Zamora, Michoacán?


La gente de aquí dice que la mejor fresa del país se cosecha en esta región.
El plástico es para que la fresa no toque el suelo, las personas que cosechan
usan guantes y cubrebocas para no contaminarlas.


Desde 1890 ya eran los michoacanos bien dulceros


Esto que se ve medio desagradable, es nada más y nada menos que el dulce típico de este lugar, los chongos zamoranos y te los dan en un barquillo, deliciosos, los venden por kilo y no están tan dulces como los que venden de lata.
Chongos para llevar
Flanes y natillas

A un costado de este impresionante Santuario Guadalupano se extiende todas las noches un paseo de la garnacha bien bonito, harta manteca y masa para engordar, que si tamales, atole, churros, papas fritas, enchiladas, tostadas, tacos, los mejores buñuelos que he comido y unas cositas verdes que me llamaron la atención porque nunca las había visto, una botana bastante ligh en comparación con todo lo que comen estos zamoranos: Garbanzos tiernos asados, los venden en bolsitas, la cáscara la escupen al suelo y sólo se comen lo de adentro, igual que las pepitas.

Visitando los talleres de Ocumicho

Recorrimos las partes más importantes de la región de Zamora, y me doy cuenta que mientras más conozco el estado de Michoacán más me gusta, el clima estuvo magnífico, ni frío, ni calor. Visitamos los talleres-casa de las mujeres de Ocumicho, con su alfarería tradicional de los famosos Diablitos de Ocumicho. Nos contaron que ha sido difícil que la comunidad pueda hacer una tienda en cooperativa, la mayoría de las mujeres hace este trabajo al mismo tiempo que atiende las obligaciones de su casa, uno tiene tiene que preguntar en dónde están las artistas que elaboran estas piezas tan originales.




La señora Apolonia Marcelo Martínez con su obra



Esta es la feria de los Santos de la comunidad de Huáncito, que pertenece a la Cañada de los Once Pueblos.


Pollitos de colores con gorras


Un descansito


Atole de caña y zitún (zarzamora)


En el hermoso Parque Nacional Lago de Camécuaro, bien tranquilo y limpio.

Estas señoras que están aquí, son de Tarecuato, un pueblo de la meseta Purepecha y de las comunidades indígenas mas hermosas de esta región. Conservan su vestido y su lengua, de hecho, creo que los únicos intrusos que estabamos ahí eramos Gonzalo y yo. El pueblo luce con sus calles empedradas y sus paredes de adobe de un intensísimo color sepia. Toda esta región llama la atención por el color rojo de su tierra.

Esa mañana la comunidad tenía una gran reunión en el atrio de su Iglesia Franciscana del siglo XVI, yo creí que estaban vendiendo, y pregunté el precio de unos buñuelos, una señora me dijo que no se vendían, que se cambiaban por velas, por pan, tamales, chayotes, etc. De repente la señora, al ver que yo no tenía nada para darle a cambio, generosamente me dijo que tomara de sus buñuelos y de su pan. Nos obsequió no sólo con eso, a Gonzalo le regaló una bolsa de tamales, no dos, ni tres, nos dió como quince. No aceptaba que nuestra negativa a sus regalos. Como no teníamos lo esencial para cambiarlo con ella, le tuvimos que dar de nuestro dinero vulgar. No íbamos preparados para tan distinguido trueque.

Hay que ir en Semana Santa a su Feria del Atole.


Velas, frutas, pan, lo indispensable.


Piquen encima de la foto para verlas mejor

Más tarde, llegamos a un encantador pueblito que todo mundo menciona y pocos lo conocen:




Sus famosos panes y su iglesia

Mi hija mayor anda apurada con su tesis y su investigación para que se logre dar al queso cotija denominación de origen y estandarizar su proceso, es un queso que se hace en una parte de la región de Jalisco y de Michoacán. Nostros por supuesto que teníamos que ir hasta Cotija por una pinche carretera que está para llorar, era tanto el cariño que no importó que nos perdiéramos y por fin llegáramos a COTIJA llenos de polvo y mallugados con tanto bache.


La mayoría de las tiendas y en el mercado donde vendían el queso tenían el mismo olor a añejo, característico de este queso.