"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

sábado, enero 31, 2009

Tamales graffiteros

Caminaba muy tranquila por la calle cuando vi este graffiti. El primer pensamiento que se me ocurrió fue ilustrar una foto de esta pared como parte de un calendario de humor involuntario que reseñara el mes de febrero. ¿Por qué? Porque hablan de un tamal y de una Tania a la que aman.

En febrero se comen tamales, se hace un fin laaargo fin de semana como pretexto por la Constitución, se dice además que es el mes del amor y la amistad (?), ah, y se festeja a la bandera. ¿Faltó algo más?

Luego estar observando el graffiti pensé que seguro ese tamal es el tercero en discordia entre Tania y el que pintarrajeó el muro.

O también podría ser lo contrario, El Tamal dejó de ser el “consentido” del graffitero y ahora prefiere amar a La Tania.

Pero si nos fijamos en los rasgos grafológicos que están plasmados, se ve que el primer párrafo está escrito con las tripas, con harto coraje, incluso con la letra más amplia, con más aire, letra gorda, como que se acababa de comer un tamal. El sentimiento de culpa ha sido plasmado en este glotón arrepentido de manera más que explicita y por ende, usa el insulto de manera cobarde en lugar de asumir que se tragó un tamal y ahora sufrirá las consecuencias de sus actos. Ja, el muy canalla. El último párrafo es para tratar de suavizar con mielecita pegajosa la mentada que le dio tamal y decir: Ven todo lo violento que soy arriba, ahh, pero soy capaz de amar a la Tania. Algo así como la canción de: Ya no quiero ser borracho, ya voy a cambiar de vida.

O puede ser que el graffitero desea pasar por alto que tiene que cumplir con el compromiso del niño de la rosca de reyes, mandar al diablo los tamales y sólo se la va a pasar follando con Tania.

Podemos seguir y seguir analizando ese graffiti y encontrar distintas versiones del porque fue escrito. Pero la verdad yo tengo ahora sí, muchísimas invitaciones a comer tamales en diferentes lugares. No me la voy a pasar llorando como años anteriores porque se fueron mis tamaleras o porque no consigo un buen tamal. Ahora sí va a temblar la tierra de las atractivas ofertas que tengo. Y por supuesto que no voy a andar arrepintiendome después de mis actos.
Ah y por favor, ya no le anden poniendo remoquetes a sus enemigos con nombres así como: "El tamal"o "El pozolero" o "El chicharronero". ¡Qué sacrílegos, con la comida no se juega!


Hay más de tamales acá, allá y acullá

martes, enero 20, 2009

El milagro de una bacteria


Hace como cuatro años en casa de mi mamá tuve un diálogo con mi intestino.

Me dijo así:
— Mira Carmelita, [lo dejé que me llamara así sólo porque era mi intestino y sobre todo porque nunca me había hablado] Si estoy como estoy ahora es porque me han herido.

— ¿Cuáaaaaaal? ¿Quiéeeeen? Yo te acerco comida bonita y tú en vez de portarte a la altura no me permites ir al baño normalmente, me castigas con diarreas y en el peor de los casos con estreñimiento. Soy amable contigo, he tenido que hacerles caso a “esos” que se visten de blanco, hasta he dejado de comer tanto chile. Tanto sacrificio que hago por ti y tú no me correspondes [léase con voz de Libertad Lamarque].

— “Esos” de blanco lo que menos hacen es quererme. Tú te salvaste, pero yo quedé quebrantado después de la quimioterapia.

— Claro, me he dado cuenta.

— Pues ahora lo que tienes que hacer es obedecerme. ¿Ves esos búlgaros que cuela tu madre ahí? ¡Quiero de éso!

— ¿Leche? No, la leche  tú ya no la digieres desde que me volví una neuro-adicta de jugos para desayunar. Te desacostumbré y cuando tomo leche siento el estómago pesado y lleno de gases.

— Tengo una necesidad imperiosa de que me des eso. Si me he manifestado para hablar contigo no me debes de cuestionar.

Tenía razón, Dios no me podrá hablar, pero el hecho que me hablen mis tripas es algo insólito; algo más increíble que la historia de la Morenita del Tepeyac, pensé, habrá que hacerle caso.

— Oye mamá, ¿me podrías convidar de tus búlgaros?, pero nomás una tacita. [No vaya ser que este cuate me avergüence en la noche y yo no estoy ni en mi cama, ni en mi casa].

Mi madre desacostumbrada de que alguno de sus hijos se acercara a pedirle de su comida me ofreció gustosa la tacita con búlgaros. Yo la bebí y me llevé la sorpresa de que, como se dice en estos casos: me cayó muy estomacal.

El fin de esta historia poco creíble de un intestino que habla para buscar su propio alimento terminó en un final feliz. Todos mis pesares se fueron, se acabaron las diarreas después de meses de tenerlas como secuela de una quimioterapia de ocho meses. No he vuelto a tener más diálogos con mi intestino desde entonces, supongo que está contento con el trato que le doy y con haberme alejado de “esos” que se visten de blanco, por fortuna.

¿Qué los búlgaros son una flojera para colarlos y cuidarlos? Puede ser, yo que soy tan vaga y no amanezco siempre en mi misma cama lo sé. Pero estas bacterias son tan nobles conmigo que se acostumbran a que los deje en el refrigerador cuando no los puedo cuidar. Los he dejado hasta una semana ahí y luego siguen igual, gordos, rechonchos como me gustan, felices y reproduciéndose. Estos gordos que tengo no son los mismos que tenía mi mamá hace cuatro años, he dejado de tenerlos y luego los vuelvo a recuperar, se regalan entre las amistades cuando se tienen muchos. Así que si nos llegan a aburrir ya sabemos quién tiene y le pedimos de nuevo.


Estos hijos míos realmente están gordos y rozagantes, tienen un tamaño increíble, parecen pequeños brotes de coliflor. Piquenle aquí para saber más de los búlgaros o kefir.



domingo, enero 18, 2009

Mi cocina está hasta al fondo y mi sala está en la entrada

Desde hace varios años le estoy coqueteando a otro domicilio, otra colonia, otro estado, otra ciudad. Pero no sé, ese coqueteo a veces se queda estancado por la comodidad y porque no me gusta mover los muebles de lugar, de sólo pensarlo me mareo. Dice Gonzalo que mientras más tiempo pasa uno viviendo en la misma casa más basura y mugres acumula. Tal vez sea ya tiempo del cambio que se ha venido postergando. Por eso tal vez lo escribo para que vaya mi cuerpo y mi entendimiento asimilándolo.

Entre esos flirteos esporádicos que tengo con algunas casas me he llevado bastantes sorpresas…soy una mujer hecha a la antigua y algunas modernidades no van conmigo.

¿Cómo está eso de que las casas de ahora tiene uno que entrar por la cocina? Según un tipo que me mostró una casa su-per-mo-der-naaaa dijo que en Europa es lo que se acostumbra. ¿A poco? ¿Y si tengo flojera de lavar los trastes?, ¿van a ver todo cochino mi lavaplatos? Si hice mis Roscas de Reyes y las dejé sobre la mesa para que reposen y leuden ¿qué va a pasar cuando abran la puerta y el aire frío las aplaste? ¿O se meta algún desconocido tentón y me las ponche?

Yo no sé si mis 3 amigas arquitectas y blogueras que me visitan puedan decirme que eso es verdad y que ahora el recibidor será la cocina. O será que esos departamentos se construyen para personas que no tienen el más leve deseo por cocinar. Yo prefiero que el olor de un pan en el horno o de algún guiso delicioso reciba a mis visitantes desde la puerta y no que vean el caos que tengo en mi cocina como principal bienvenida. La pulcritud y el orden mientras trabajo no se me da, ni modo que sea Paulino Cruz.

Es más, esas personas que saben del Feng-Shui y todas esas cosas sobre el alma de una casa creo que eso no está para nada permitido.

¿De dónde salió ese mal gusto absurdo?

jueves, enero 15, 2009

Virtudes y defectos

Nos miraba a todos con desconfianza.

Tenía el cabello crespo y la piel muy oscura. Su mirada era penetrante. Llevaba una charola redonda de metal y alrededor había apilado sus empanadas, las tapó con una servilleta bordada, ella les llamaba empanadillas de pescado. Estaban hechas con masa de maíz, rociadas con queso rallado y una salsa roja de chile. Me entregó una servilleta y yo misma tomé la que me iba a comer. La devoré con rapidez como es mi costumbre, estaba deliciosa y tenía hambre. Le pedí otra empanadilla y los demás también tomaron una. Se acercó al grupo otra vendedora, una muchacha mucho más alegre con grandes senos que se apretujaban bajo su blusa. Ella ofrecía plátanos fritos que rociaba con leche condensada, dos rebanadas de plátano a diez pesos el plato. Las empanadillas costaban cinco pesos, ¡vaya que hasta en el precio eran un deleite! Eran con masa de maíz blanco, inmaculado; luego venía esa salsa de chile costeño con ligero toque a ajo y orégano que conjugaba todos los sabores en armonía. Las empanadas estaban todavía calientes, seguro las terminó de hacer y corrió a venderlas.

Sin embargo algo había en esa mujer, sus pupilas saltonas mostraban recelo, como un animal precavido y huraño que se mueve lentamente. Esta conducta no correspondía a alguien que vendía algo tan delicado.

Pasaron varios minutos y seguimos parados alrededor de estas mujeres que nos alimentaban. Unos pidieron plátanos y otros seguíamos comiendo empanadillas. Al final hicimos la cuenta con ambas de lo que comimos. Fue ahí cuando la muchacha de los ojos saltones dio paso a una actitud de buscar protección pero a la vez de rivalidad hacia la compañera que vendía plátanos. La chica de las empanadas no sabía cuanto tenía que cobrar por siete empanadas, la de los plátanos le dijo: son treinta y cinco pesos y de lo mío son cincuenta pesos. No sé porque llegó a mi mente con esa postura de la vendedora todo el trabajo que implicaba hacer esas empanadillas: poner a cocer el maíz, llevarlo a moler, hacer el relleno de pescado, la salsa, rallar el queso, moldear las empanadas, freírlas y luego salir a venderlas. Mientras la otra chica sólo peló los plátanos, los rebanó y los frió sobre el aceite. Había una diferencia en el precio y en el trabajo. Nosotros también afirmamos con ella la cantidad consumida y el costo para que bajara un poco el recelo que manifestaba, pero esta chica tampoco sabía dar cambio de un billete de cien pesos. En ese momento el desamparo de la muchacha fue mayor. Entregó todo el dinero que traía a la vendedora de plátanos para que ella decidiera que hacer y cómo dar el cambio. Ignoro si la chica recibió su dinero correspondiente, sólo vi que ambas discutían. Nos alejamos de ahí y yo me quedé con una sensación muy triste. Esa muchacha hacía garnachas de pescado más ricas que he probado, sin embargo para sobrevivir en este mundo eso no era suficiente.

jueves, enero 08, 2009

Ya me piqué

Dicen que hay un alto índice de personas que en las fiestas de fin de año adquieren una adicción. Yo desde hace cinco días vengo padeciendo algo que podría llamarse una dependencia. Sucede que al caer la tarde, cuando la temperatura baja me doy cuenta que mi cuerpo se encuentra atrapado en una necesidad por satisfacer un antojo especial. Me pide nada más y nada menos que una tlayuda. Oh sí, ese tostadón enorme que untan de grasita y frijoles, encima tasajo y quesillo.

Las vacaciones en Oaxaca fueron las causantes de que yo genere y degenere en una TLAYUDADICTA.

Todo empezó el 24 de diciembre comiendo en el mercado mi taco placero que es tradición en este lugar. El mecanismo para que uno coma es de lo más correcto y elaborado. Igual que en el mercado de Toluca. Uno llega pide su tasajo o sus chorizos que se va a comer con el marchante de la carne, ellos mismos lo cocen a las brazas, con otros vendedores se piden las tortillas enooormes que se comen acá, luego más allá alguien te ofrece donde sentarte y que beber, por ahí te acercan las cebollas de cambray, rabanitos, aguacate, limónes y nopales para que acompañen la carne. Una maquila gastronómica perfectamente bien coordinada para que al final uno termine sintiéndose completamente satisfecho y feliz por venir a comer al mercado.

Pero esta vez no hubo tiempo suficiente para hacer los honores a los siete moles oaxaqueños, nos tuvimos que ir a la costa. Así como los pachuqueños comen una o dos veces a la semana pastes, igualito les sucede a los oaxaqueños, lo más recurrente y fácil de encontrar para alimentarse: pues una tlayuda. Y ahí empezó todo en Puerto Escondido:


primero la tlayuda del sábado

la del lunes


la del martes

Hubiera podido ilustrar la del jueves pero ese día como era fin de año no vendían casi nada y como estabamos en la playa, ésta de abajo fue nuestra cena de fin de año: unos tacos de bistec comprados con un taquero en la única calle de Zicatela. Que casi casi era un taquero oaxaqueño al borde de un ataque de nervios, su capacidad para atender a tanto chilango hambriento lo rebasó, ni aguanta nada, pobre.
Cuando yo veo esas cosas me da harta pena, aquí en la ciudad uno va con su taquero favorito y pide fácilmente su hora de tacos, en donde te despachan de a 18 o 25 tacos en 10 minútos. Por eso allá luego llegan los chilangos, (yo no, aunque no lo crean soy bien prudente y educada en casos así, no ando haciendo panchos e irigotes como acostumbran los demás, lo hago sí, pero acá en mi tierra) y quieren que los atiendan a la voz de ¡ya!, exigiendo lo imposible. Yo me quedé fácilmente como media hora esperando mis 10 taquitos muy tranquila hasta que el buen hombre pudiera sacarlos y así nos dió la medianoche, él sudando la gota gorda y secándose con el delantal aprovechó: qué mengache pá acá señito, un abrazo de año nuevo, felicidades, por fin, ahí están sus taquitos. Llegué con mis tacos hasta la playa donde me estaban esperando, con una lámpara improvisada hecha con una veladora adentro de una bolsa de papel con arena y así recibimos el año nuevo. Los tacos estuvieron re feos, mientras más mascaba esa carne dura, más ganas tenía de una tlayuda. Pero mañana me cansó que me como una, pensé. Aunque sea la última de este recorrido. Pero no hubo tlayuda, ni nada, fin de la vacación.
Ahora aquí, a estas horas de la noche, en esta soledad de mis palabras, yo necesito con urgencia, sí, una dosis intravenosa de ¡TLAYUDAAAAAS!

domingo, enero 04, 2009

Ya vine de dónde andaba, se me concedió volver

Diciembre me gustó pa´que no exista.
Enero para temblar sobre el futuro.

Nunca he hecho propósitos de buenas intenciones para el año nuevo.
Nunca he hecho una dieta.
Con el propio domador que llevo dentro de mí es suficiente para seguir órdenes o tener aspiraciones. Tengo un purgatorio interior con reminiscencias del Santo Oficio, así qué...nunca lo hago.
Sin embargo hay dos palabras que si las junto me ponen a temblar cuando se trata de hablar de planes a futuro, mi respiración cambia, me sudan las manos y comienza una terrible ansiedad sobre mi pecho. Mi amigo Enrique Escalona y mi amiga Nicole saben bien de lo que hablo. PROYECTO LITERARIO, esas son las palabras que se me atraviesan en la garganta cual camote seco relleno de pinole. ¿Cuál es tú proyecto literario? Ayy Dios, ¿así en enero? Esteeeeeeee, pueeeees, ¿ahoritaaaaaa, yaaa? Pero si muchos proyectos literarios no son para realizarse en un año.

Me quejo mucho de mí misma, y eso es de lo peor; la mayoría de la gente que conozco se la pasa echándose porras, bravos y vivas sobre lo chingones que son y sobre sus logros alcanzados. Yo, la verdad es que necesito rodearme de amigos que me hagan enfrentarme y me mire con menos severidad para que pueda reconocer mis logros. No sé si eso ayude de mucho pero al menos es un pequeño termómetro que me orienta e impulsa a seguir en la brega.

Claro que al momento de tener delante de mí la pantalla de Word limpia, acabada de prender me falta una buena cantidad de lubricante intelectual que permita salir el torrente de ideas que (carajo) me viene en oleadas frenéticas cuando estoy tratando de dormir. Pinche trabajo creativo, pinche duro y dale que dale para exprimir mis dos neuronas sifilíticas.

Más bien enero es un mes de culpas.

Sí, claro, no me digan que no, y que evaden esa palabra porque tiene una carga muuuuy negativa. ¿Entonces por qué tanta importancia en hacer propósitos de año nuevo? La culpa es lo mismo y tiene el mismo fin: Revisar los pasos sobre lo andado y de ahí redireccionar un poco la vida (si es que aun tiene remedio, ja, ilusa).
Ah, sí, las fiestas alientan el espíritu retozón y goloso. Por ejemplo mi vientre en estas vacaciones se ha relajado y la cintura ha crecido a manera de llanta de motocicleta, me desparramo cual fuente de carne por arriba de la pretina de mi falda o pantalón. Asumo las consecuencias de mis actos ominosos y etílicos. Les doy importancia, conste, pero no me digan que haga dieta. El maratón Lupe-Reyes no ha terminado aun y por lo pronto a hornear roscas de reyes. Los que compraron mi recetario no sean flojos y preparen alguna. Díganme que les quedó deliciosa, que son unos expertos panaderos. Mientras, entreno con mi propia sombra un combate sobre algún proyecto literario.

acabaditas de sacar de mi horno, hace unas horas, aunque medio doradas por estar hablando con Rocío