"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

miércoles, abril 28, 2010

Hoy estoy bien verde


Hoy hice de comer mole verde. Recuerdo que mis hermanos decían que mi mamá había hecho de comer Pantano Verde, de verdad lo aborrecían. La verdad a mí no me parecía tan malo. Su sabor era muy rico, además viéndolo así como un pantano me imaginaba que salía entre medio del plato la cabeza del monstruo del Lago Ness.

Me gustan las historias de animales extraordinarios, irreales o que simplemente ya nadie los encuentra por ningún lado: unicornios, quetzales, ajolotes, sivaterios, manties, pájaros dodos, pero mis favoritos son los dragones y los dinosaurios. Más los primeros que los segundos.

Creo que lo que más desagradaba a mis hermanos era la textura del mole verde: una consistencia demasiada espesa y un poco granulosa. Ahora que estoy estrenando la famosa Thermomix, estoy de verdad como niña con juguete nuevo, me encanta lo que hace. Lo preparé ahí mismo y me quedó perfectamente molido, la textura era untuosa y muy muy rico, además no le puse grasa, con la que lleva del cacahuate y la pepita es suficiente.

Lo que no me van a creer es que lo hice con pollo, aggh, sí, yo que lo detesto, pero es que por fin encontré dónde comprar pollo santo: estos caminan, toman el sol, comen hierbitas, duermen, no es hijo de Frankenstein: sin alas y con piernas de maratonista olímpica. Hasta el color y el olor de la carne eran distintos. El pollo orgánico se está volviendo un ejemplar en extinción en las grandes urbes. Habrá que buscarlo con lupa y esperar por él.

Mole Verde:
4 piezas de pollo cocidas (pierna o muslo)
130 gr. de pepitas de calabaza
80 gr. de cacahuate
100 gr. de lechuga romana
200 gr. de espinacas
10 hojas de rábanitos
3 ramas de cilantro
5 ramas de perejil
1 pizca de cominos
500 gr. de tomate verde
1 diente de ajo grande
1 cebolla pequeña
1/4 litro de caldo de pollo del que se preparó al cocinarlo
2 cucharadas de aceite
sal al gusto

La receta es del recetario básico de Thermomix, mi madre hacía uno muy parecido, pero este me encantó con el cacahuate, por si no tienen este genial aparato les dejo la receta para cocinar de manera normal.

Procedimiento
En la licuadora se muelen todos los ingredientes,excepto el pollo y el aceite. Debe quedar perfectamente bien molido.
En un recipiente hondo se pone el aceite al fuego y sobre este se pone a cocer la mezcla de la licuadora, unos 15 minutos, luego se pone las piezas de pollo a que se impregnen del mole. Si espesa mucho se puede agregar más caldo. Se acompaña con frijoles. O si se prefiere se hacen enchiladas con este mole.

Y luego para seguir a tono con el color hice los panes de chile poblano que mi amiga Gabriela nos mostró en blog. Son buenísimos, se pueden hacer de pimientos rojos y entonces será un matiz de colores para saborear.


viernes, abril 23, 2010

¿Algo habrá cambiado?


En el día mundíal del libro, dejo aquí  ésto y, a propósito de los acontecimientos que este año se celebran por todo el país. Ustedes saquen sus propias conclusiones.

Nelly Campobello
Las manos de mamá
Había guerra, había hambre y todo lo que hay en los pueblos chicos. Nosotros sólo teníamos a mamá. Ella sólo tenía nuestras bocas hambrientas, sin razonamientos, sin corazón. Nuestra realidad era una tortilla redonda de harina, una ancha taza de café.


Estaba sola; su compañero vivía en su recuerdo. La fuerza de su amor sostenía su cuerpo esbelto de mujer. Tenía lágrimas el pan que nos daba.

Andrés Iduarte
Un niño en la Revolución Mexicana
…Los pescados se vendían en la playa, frescos, vivos, saltando dentro de las canastas. No recuerdo las mil variedades ni los mil nombres españoles y mayas: bocitos, robalos, chujchíes, vulcayitos, esmedregales…Mi mamá hacía en la casa el clásico pan de cazón, el platillo campechano insuperable. De “postas” de pescado y panuchos de cazón y frijoles habíamos ya vivido, exclusivamente, en Campeche, comprados en la Puerta de Tierra, la más pintoresca de la muralla.
Pero a mí, no como gastrónomo ni como zoólogo, sino como niño, otros eran los pescados que más me interesaban en Lerma: los tiburones. Tenían dos filas de dientes espantosos. Y las tiburones me interesaban aún más: se les movía la barriga, llena de tiburoncitos. Los pescadores se las tocaban con el pie y así se agitaban los animalitos que nadaban dentro. Saber que las tiburones cargaban a sus hijos dentro de la barriga, fue un descubrimiento importantísimo. Viendo luego a una vecina mía toda embarazada, cayeron definitivamente las leyendas de la garza y la canastita. Pero lo que no podía entender era cómo les ponían o les aparecían los niños y los tiburoncitos dentro de la barriga…


Rafael F. Muñoz
Se llevaron el cañon para Bachimba
—Pero no estamos peleando por venganza, Alvarito. La Revolución es algo más, algo tan grande que nos exhibe a los hombres en toda nuestra insignificancia: es la inconformidad del pueblo con su miseria. Cuatrocientos años trabajando para recibir en pago el hambre que lo enerva, que lo debilita, que lo agota. El hambre, una punta de hierro hundida en el vientre. Las generaciones nacen y mueren con hambre, sin haberse sentido hartas nunca. Hasta que se arrancan del vientre aquel hierro que en sus manos se convierte en arma para luchar contra su enemigo. Eso es la Revolución.

Francisco L. Urquizo
Tropa Vieja
Otamendi tenía la palabra; se conoce que la yerba le soltaba la lengua, parecía un poeta.
—¡Yerbita literaria!, consuelo del agobiado, del triste y del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la tiranía del cuerpo y el malestar del alma…Sacudes la pesadez del tiempo, haces volar y soñar en lo que puede ser el bien supremo. Eres el consuelo del infeliz encarcelado, bálsamo del corazón y de las ideas. Humo blanco que se eleva como la ilusión; música del corazón que canta la canción de la vida del hombre intensamente libre; libre de los demás hombre, libre del cuerpo, absolutamente libre. ¡Yerebita santa que crea Dios en los campos para alimentar a las amas y elevarlas hasta Él! ¡Yerbita que tienes el don de darnos alivio y de hacernos olvidar, quisiera decirte un verso...!

Rafael M. Muñoz
Se llevaron el cañon para Bachimba
Marcos Ruiz, recibió, días después, una orden de partir. Ya no sería solamente para salir unas cuantas horas a pasear a caballo por las afueras de la ciudad, sino para dejarla por tiempo indefinido. Y nos estuvimos preparando toda la noche, limpiando las armas, arreglando las monturas, herrando los caballos, requisando cuanta mula hubo en la ciudad para cargarla con cajas de parque. Varias mujeres estuvieron toda la noche moliendo maíz tostado en sus metates, y, revolviéndolo con piloncillo, produjeron el pinole, el alimento del campesino y del caminante, allá, en el Norte. Nos dieron a cada uno un saco como de tres kilos; era la ración alimenticia para diez días. “Con un puñado de pinole y un trago de agua de tu cantimplora, muy bien te pasas el día”. Todos estaban acostumbrados a esa dosis: yo, no, y pensé que podía pasar hambre.

Cartucho
Nellie Campobello
A mí me parecía maravilloso ver tanto soldado. Hombres a caballo con muchas cartucheras, rifles, ametralladoras; todos buscando la misma cosa: comida. Estaban enfermos de la carne sin sal; iban a perseguir a Villa a la sierra y querían ir comidos de frijoles o de algo que estuviera cocido.
—Vamos a traer la cabeza de Villa— gritaban las parvadas de caballería al ir por las calles.
Una señora salió a la puerta y le gritó a uno de los oficiales:

—Oye cabrón: tráime un huesito de la rodilla herida de Villa para hacerme una reliquia.

Hombres que van y vienen, un reborujo de gente. ¡Qué barbaridad; cuánto hombre, pero cuanta gente tiene el mundo! —decía mi mente de niña.

José Rubén Romero
Mi caballo, mi perro y mi rifle

—Todos vamos a tener una muerte tan piadosa como esa, todos menos tú. Aurelio que dices que te espantas los tiros a sombrerazos.

—Los tiros sí, pero el hambre no, más dura que la misma muerte. Vamos a ver, muchachos ¿les gustarían unos chicharroncitos mantecosos?, ¿un burrito de longaniza?, ¿un corderito al horno? Pidan, pidan por esas bocas…

Oyendo aquella lista de cosas buenas nuestros rostros se animaron, nuestros ojos resplandecieron como al grato recuerdo de una novia; el aire se difundió, ¡oh, patente milagro de la evocación!, el aroma exquisito de todos los manjares campiranos, y hasta a nuestros fusiles enternecidos se les hizo también agua la boca…

Francisco L. Urquizo
Tropa Vieja
—Ora sí, compañero; ya eres soldado de veras, dejaste de ser recluta, así como antes también dejaste de ser libre. Te arrancaron, como a mí, la libertad; te cerraron la boca, te sacaron los sesos y ahora te embadurnaron el corazón también. Te atontaron a golpes y a mentadas; te castraron y ya estás listo, ya eres un soldado. Ya puedes matar gente y defender a los tiranos. Ya eres un instrumento de homicidio, ya eres otro.

José Rubén Romero
Apuntes de un lugareño
Entramos al “Globo” y nos instalamos en una mesa.
—Estoy un poco azorado —me dijo mi primo—. Aquí vienen puros ricos.
—Los que tienen para pagar el consumo y nosotros lo pagaremos. Dime ¿qué quieres tomar? —apremié delante de la camarera.
—Medio cuartillo de nieve de pasta —me respondió muy serio.
—¿Qué dice? —interrumpió la empleada.
—Quiere un helado de vainilla.

Y mi primo agregó:

—Mire, señora: traiga también unas rebanadas de marquesote.

Pero la mesera no entendía una palabra.
—Pan inglés me apresuré a decir, vertiendo al lenguaje de la capital el idioma castizo de nuestro pueblo.
Cuando la chica del servicio se retiró, mi primo preguntóme con curiosidad, mirándola tan bien vestida, si era hija del dueño de la pastelería.
Y en tanto nos traían la merienda, hizo mi pariente la obligada evocación del terruño.
—¡Para pasteles buenos los de Cotija! ¿Te acuerdas? ¡Si el maestro Jorge hubiera tenido una casa de éstas! Fíjate que aquí no hay todo lo que él hacía. ¡Aquellas empanadas de leche: los cochinitos de a centavo y los borrachos de catalán, que positivamente se subían a la cabeza!
Llegó la camarera y nos sirvió el pedido; pero mi primo a las primeras cucharadas, decepcionado, abandonó la nieve.
—¡Esto no tiene leche ni tiene huevos!

Tropa Vieja
Francisco L. Urquizo
A poco rato, “Rancho”. De dos en fondo fuimos pasando delante de unos peroles que echaban humo y que olían sabroso. Cada quien aprontaba sus trastos de hoja de lata y los rancheros les servían en cucharón de frijoles y otro de atole con chile; les daban también una pieza de pan y tres tortillas.

Mis dos compañeros y yo estábamos provistos de los mismos trastos que nos dio un sargento para nuestro uso.
A la voz de “Rompan filas” nos desperdigamos todos a comer nuestro alimento. La corneta de la puerta tocó “Atención” y entraron las viejas con las canastas ya bien revisadas.

Mis compañeros y yo estábamos juntos, sentados en un rincón, comiendo aquello que nos habían dado. Era bien poco.

—Tendremos que buscarnos viejas que nos traigan algo más de comer —dijo el mayor de los Villegas.

—¿Y con qué fierros? —preguntó el menor

La sombra del Caudillo
Martín Luis Guzmán
“Va a ser inútil resistir —pensó Axkaná—. Acaso fuera más juicioso no oponerse.”

Tuvo, sin embargo, miedo de que lo envenenaran.

—Y ¿quién me asegura —preguntó— que es sólo tequila lo que quieren darme?
—Nadie. Y sobran las preguntas. Si quisiéramos envenenarlo o matarlo de otro modo cualquiera, ¿quién lo habría de impedir? Pero ya oyó que pedí el tequila. Sienta la botella: está nuevecita, la acabamos de destapar. Beba, pues, por las buenas o por las malas. Traiga la mano…¿No es ésta una botella?

A despecho de todo, aquél lenguaje hizo cierta gracia a Axkaná. Tocando la botella, dijo:

—Sí es una botella.

—Beba un trago, pues…Mire: bebo yo primero.
Breve silencio…Chascaba una lengua:
—Buen tequila, ¡la verdad de Dios!...

Ahora usted.
Axkaná bebió.
—¿Es tequila o no es tequila?

—Así parece.

—Beba otra vez.

—No, ya no.

—Beba otra vez, le digo…Y nomás no se mueva tanto, que la pistola puede dispararse.

José Mancisidor
En la rosa de los vientos

El hambre toca los hogares. La miseria llega por todas partes. León Cardel pugna por imponer el orden. Obliga a las gentes a formar en colas interminables para recibir sus raciones de alimentos. Trabaja noche y día sin reposar. Apenas duerme. Su resistencia física es inagotable. La lucha por el maíz, por la harina o el frijol, es otro campo de batalla. Las mujeres se insultan, los hombres riñen, los niños se miran como enemigos irreconciliables.

Un día llegó el Canteado a buscarnos. Sudoroso y violento y resoplando como perro cansado.

—He localizado a un acaparador —nos dijo con tono agresivo e impaciente—. Haremos un escarmiento. ¿Cuento con ustedes?
El Negro y yo lo seguimos por unas calles desiertas y lodosas y sembradas de baches. Sobre nosotros caían las últimas sombras de la tarde. La ciudad destacaba sus fuertes perfiles en la media luz de la hora. De un sucio zaguán salieron unos soldados a quienes el Canteado había dejado vigilando. Luego nos distribuyó por las calles adyacentes y dirigiéndose a un portón golpeó escandalosamente con la contera de la pistola.

Salió a abrirnos un hombre de ojos pequeños y perversos, que los guiñaba con pasmosa frecuencia. Su abultado abdomen escapaba por debajo del chaleco. Sus manos temblorosas, buscaban, nerviosas, un sitio en qué apoyarse.

El Canteado lo empujó con brutalidad y pasando adelante se perdió en el interior de la casa. Al rato retornó llevándonos a los húmedos sótanos, en los que cientos de sacos de maíz y frijol formaban una montaña hasta tocar el techo.

El hombre se sintió perdido. Todo su cuerpo temblaba incontenible y de sus ojillos perversos salía una mirada de animal perseguido. De pronto pareció que iba a desmayarse. Sin embargo, hizo un esfuerzo por dominarse y habiéndolo conseguido, llamó aparte al Canteado. Durante unos minutos los vimos hablar sin escuchar lo que decían, en un murmullo sordo y misterioso. Luego éste, llamándonos al Negro y a mí, nos dijo con irritada voz:

—Este hombre quiere saber nuestro precio. ¿Qué opinan ustedes? ¿Están dispuestos a venderse? —Sin darnos tiempo a responder, prosiguió con creciente ira—: La respuesta se la voy a dar. Quedará satisfecho. —Y encarándose conmigo me recomendó—: Consíguete una reata…

martes, abril 13, 2010

Hoy amanecí bien hippie

Yo sigo con el tema de las flores. A veces me da un poco de culpa pensar que si como flores estoy impidiendo que lleguen a ser frutas. Pero no todas las flores se transforman en fruto. No como flores de durazno pero bien que compro una varita para ponerla en un florero. Tampoco como flores de mango. Pero sí bebemos infusiones de flores, como las de azahar y tila para dormir, las de bugambilia y mercadela para la tos, o la de jamaica para hacer agua fresca y luego, ya que soltó su sabor, esa flor sirve para comérsela en tacos. Si comemos frutas, esas frutas antes fueron flores, entonces, podremos decir que alguna vez al menos, todos hemos comido flores de alguna forma.

Hay alimentos sin procesar que por si solos son bellos, casi todas las verduras y frutas lo son, pero las flores que además de adornar sirven para comer tienen un plus agregado que las hace más valiosas. Ah, pero, es curioso, la flor que más comemos los mexicanos: la flor de calabaza, nadie la pone en un florero para admirarla o para olerla.

Hay un monumento al camarón en Campeche, los pescadores lo hicieron en agradecimiento a ese crustáceo que les ha permitido vivir de él, yo me pregunto y ¿por qué no un monumento a la flor? La flor nacional de México es la Dalia. ¿Sabían que se comen los pétalos y el bulbo de esta flor? Yo no sabía, y la comí en el jardín botánico de la UNAM, hace dos años, fue una experiencia muy grata.

In xochitl in cuicatl: Flor y canto. Era lo que nuestros antepasados entendían como un instante y una eternidad, llegar ahí donde se trasciende la efímera existencia humana. Correspondiendo al sonido musical y la belleza, la fragancia y por supuesto,-ellos también lo sabían-, al alimento que la flor por sí sola puede ser.

Dicen que somos lo que comemos, en este caso ¿quién no quisiera que la acción de comer flores ayudara a contrarrestar la violencia en este país? Así todos, al masticar la belleza y sutileza de una flor los sentimientos de ambición y venganza se diluirían. Además con el resultado de comer flores en demasía, se podía generar un gen que a la larga impidiera ese quiste indeseable que se llama corrupción penetre en el torrente sanguíneo de los individuos. De esa forma el cerebro tendría una expansión y mejor oxigenación para permitir reconocer que el deseo de poder y dominio sólo es vulgo vano ante la dicha de olisquear y saborear la naturaleza rústica de una quesadilla de flor de calabaza, aderezada con un molito amarillo y queso Oaxaca. Una felicidad gastronómica sería el camino para allanar mejores sentimientos. Imaginen el espíritu de cualquiera de nuestros gobernantes, ennoblecido y apoyando lo que clamaba el poeta Luis Rius: No se puede vivir como si la belleza no existiera.

Se tendría que hacer un jardín florido todo el territorio nacional. El estado de Sinaloa, Chihuahua y Michoacán, podrían ser el mayor productor de flores para comer. Habría cultivos además de flores de calabaza, árboles de colorín, flores de maguey y de otros agáves, flores de sábila, de biznaga, de palma, de yuca, de quiote, huazontles, crisantemos, rosas, jazmín, en fin, podríamos hacer la prueba con otras especies vegetales inimaginables y luego, hasta exportarlas. Las flores comestibles estarían a la alza en el mercado mundial.

Con la panza embutida de flores, el cerebro lleno de un razonamiento estético y el estado del alma ennoblecido, podría estallar una revolución florida y los individuos a pesar de todas las diferencias encontrarían algo en común por defender vorazmente: la belleza.

domingo, abril 04, 2010

Flores de sábila para soñar bonito



Tengo que aceptar que tengo una fuerte debilidad por las flores, en todas sus  formas, desde verlas, olerlas, procurarlas, cultivarlas, hasta comérmelas.
Esta flor de sábila (áloe) luce en estos momentos con todo su colorido sobre el arriate que tengo en la entrada de mi casa.

Pero con sólo dos sábilas en mis macetas era imposible darme el lujo de cosechar esta cantidad de flores de sábila que están en este plato. Estas las compré en Santiago de Anaya, Hidalgo. Esta vez cayó en Semana Santa el Festival Gastronómico y las compré precisamente en ese lugar. Me dieron muchísimas por tan sólo 10 pesos.
Una forma de guisar sencilla para tan exquisito y singular platillo: sólo les puse poro, echalote y sal. Las acompañé con arroz blanco y una salsa de xoconoxtle asado. Lo mejor de este platillo es que las flores no necesitaron que se le quitara nada (pistilo, estambre), como otras que son trabajosas para prepararlas.

Podría decir muchas más cosas de este platillo, hablar de la importancia que tiene para mí  comer flores, pero la verdad cuando las cosas son tan buenas las palabras son tan ociosas y salen sobrando.

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