
Uno. El lugar más cercano al infierno ha sido visitar un rastro, el famoso Rastro de Ferrería, ahora ya desmantelado. Era un lugar agresivo y doloroso a todos los sentidos. Con ese olor espeso a sangre, a muerte, que en las madrugadas cuando soplaba el aire hacía que se esparciera en un radio de varios kilómetros, colonias como la Lindavista, Patera, Nueva Santa María, Azcapotzalco, Reynosa, Clavería, Prohogar, Petrolera, eran víctimas de una peste asquerosa. En mis épocas ceceacheras tenía que pasar todos los días cerca del rastro, entraba a las 7 de la mañana en el C.C.H. de Azcapotzalco, y en más de una vez me dieron ganas de cantar la guácala en el camión, creo que a los demás pasajeros les ocurría lo mismo, porque me tocó verlos taparse con desesperación la nariz.
Muy en contra de mi voluntad acompañé al rastro a mi amiga Matta que vivía cerca del puente de Pantaco, el que decía que era su papá trabajaba en ese lugar y como el señor no se aparecía por su casa, tenía que irle a pedir dinero allá. Yo era una muchachita impresionable, y el encuentro en ese lugar fue brutal, salí de ahí prometiendo que me volvería vegetariana, era tan inhumano como destazaban a los animales en plena conciencia, sobre todo oir los chillidos de los marranos, ver aletear y jadear a los pollos cuando los metían en el agua hirviendo, la impotencia y el coraje al ver que desde que llegaban en camiones los hacían saltar sin ponerles una rampa, los marranos y vacas caían al bajar, fracturándose las patas. Creo que la impresión me duró un tiempo, pero después seguí con la misma dieta omnívora.
Y sí, me volví vegetariana, pero no convencida, ni fanática, lo hacía porque todos en casa lo eran, y la única loba desesperada entre felices corderitos era yo, me deprimía no comer carne y de cuando en cuando en la desesperación me daba mis gustos. Me hice una fregona en cocina vegetariana, finalmente, después de 17 años de ser vegetariano Gonzalo aceptó comer carnes blancas y yo acepté no comer pollo, nuestro paladar sigue dividido.
Flesh, meat
I love flesh
I love both
Me gusta la diferencia que se encuentra en el idioma inglés, con respecto a la palabra carne. En español mi carne es igual a la carne de una res o de un pato. Tú carne y mi carne, las dos son una, son la misma.
Dos. Hace unos meses mi amigo Eduardo me convocó a entrar a un concurso de poemas gastronómicos dedicados al cerdo, como celebración de la Matanza, en Soria, España. Mínimo 120 versos alusivos al cerdo. Escribí como 20, pero la verdad, no los consideré en serio, sólo me divertí como loca, quería hablar de las suculencias que existen con esta carne tan desdeñada (parece que todos mis paisanos se han vuelto judíos o musulmanes de repente, todo mundo pone cara de intelectual estreñido y te dice que no come cerdo) y satanizada por abanderados light.
Tres. Una amiga Chef me presentó a su novio, un exitoso importador de carne, (no de flesh), y me presumía las bondades de sus productos, el discurso es el mismo de siempre, animales alimentados con los mejores pastos, los mejores cortes, incluso me recita como un rosario los restaurantes donde la distribuyen, pero de la manera como los matan ni hablar, eso no se sabe. Yo andaba en busca de carne de cordero y un contacto más cálido con alguien que de manera amable me sugiriera como cocinar esos cortes que parecen joyas carísimas empaquetadas en preciosos estuches. El tipo no alcanzó a seducirme con su carne (no su flesh) y mi amiga me recomendó que si quería cordero fuera a esas tiendas donde para comprar tienes que tener una credencial. No gracias, quiero cordero para dos personas y tal vez comerlo dos días, no para una docena de personas y tenerlo que comer una semana.
Luego, mi padre me habló y me pidió que le hiciera un favor, que a su vez me lo hizo a mí. Tiene un amigo que le cocina en su casa carnitas, mi papá quería que lo llevara a comprar la carne en los obradores del Mercado de la Bondojito. ¿Qué no conocen la Bondojo´s Place? Se han perdido de mucho, puede uno llegar fácilmente en coche, metro o camión, hay muchos obradores ahí cerca, pero según mi papá para conseguir cordero es mejor en el mercado. Sobre todo porque no son careros, los carniceros son atentos y saben su oficio, recomiendan qué y cómo. La carne está fresca, nada de congelados de Nueva Zelanda. Eso sí hay que llegar temprano porque se acaba.

Cuatro. La manera de matar a los animales sigue siendo cruel. Actualmente dicen que hay más rastros clandestinos que cantinas en el territorio mexicano. Se ha puesto de moda la comida orgánica y yo me pregunto: ¿Quién tiene acceso a ella? El objetivo primordial por lo cuál surgío se ha perdido, sólo un pequeño grupo de élite tiene acceso a ella y es muy alto el porcentaje de su costo con respecto a los cultivos normales.
Sin embargo, confieso mi historia: yo sigo comiendo carne, espero libre de clembuterol, pescados y mariscos que nadan en aguas contaminadas, verduras y frutas probablemente regadas con aguas negras y tal vez con cisticercosis, todos hacemos lo posible por no pensar en estas cosas, sin embargo están presentes ahí. Cada mes llegan a mi correo electrónico un montón de cartas con alertas sobre la manera de calentar la comida, sobre los endulzantes, sobre los empaques de unicel, aluminio, sobre las grasas, y ¿todo para qué?, ¿para vivir con temor?, ¿para vivir más años? Todo nos hace daño. Todos nos vamos a morir, comamos cerdo, tengamos microondas, compremos huevitos orgánicos, seamos vegetarianos, estemos esbeltos, gordos o seamos sintoístas, jainistas o nos guste Judas Priest.
post scríptum: esta entrada fue publicada hace más tres años en época de carnaval. Hoy la saco del fondo del cajón de archivos como un anexo sobre la entrada de ayer, podemos seguir en la polémica y el tema que me interesa: nuestra comida