
A veces se me antoja remojar mi lenguita en agua de pepinos con mucho hielo y dejarla ahí por horas hasta que se recupere. O a lo mejor y si la embadurno con miel sirva como bálsamo para recuperar su buen gusto y deje de comer a lo loco y tan a ciegas como ando en estos días.
Dicen que la lengua percibe los sabores por zonas: en la punta, es el dulce, en los lados es el ácido, en toda la superficie es el salado, y por último, hasta atrás está el amargo. Pero no existe un sensor para que evite que te pasen casos como este que me aqueja. Parecerá tonto pero nunca se sabe con certeza cuándo algo está demasiado caliente.
¿Qué con que me quemé la lengua? Con esto de las tardes mezcaleras y acurrucadoras, de esas cuando el cielo se oscurece a plena luz del día, el ánimo se llena de nostalgia como el morado intenso de las nubes y uno quiere acompañarse además del ser amado con algo que caliente el cuerpo, pues que me preparo un “caliente de guayaba”. Sí, no fue caliente, fue ardiente de guayaba y no sé que me pasó pero me quemé horriblemente y es la hora que no se compone mi pobre lengua.
Caliente de guayaba
1 kilo de guayabas
Azúcar al gusto
1 ½ litros de agua
Todo esto se mete en la licuadora hasta quedar un atole espeso y se pone a calentar. Se cuida que no suba al hervir y se mueve de repente para que no se pegue en la olla. Si está demasiado espeso se agrega un poco de agua. A mí me gusta así y con guayabas que estén muy maduras. Es muy delicioso y reconfortante, de verdad calienta el cuerpo, pero no se descuiden y se den una quemada tan grave como la mía.
Esta receta me la dió mi sobrina querida, a ella se la daban cuando estaba en la escuela en Perote, Veracruz y vaya que ahí los inviernos son severos.