¿Ya se dieron un paseo por el Centro Histórico de la ciudad de México? Por las nuevas calles, digo nuevas porque muchas muestran un rostro diferente. Más de veinte años de caminar por allí con ambulantes y ahora el encuentro y la sensación al recorrerlas es absolutamente distinto. Muchos de los vendedores podría apostar que no conocían el color de la fachada de la casa que tenían enfrente, cuando nacieron ya vendían sus padres en la calle y ahora ellos: Generación de la crisis.
En la calle de Corregidora, hasta cuando yo era pequeña había un montón de ambulantes, aunque sea de a “toreros” , jalando sus mercancías ´pá allá y ´pa acá, y ahora que sorpresota me llevé al verlas. Sobre todo una calle que siempre ha estado hasta la madre de gente: Correo Mayor, que tenía otro aspecto; además de que están cambiando el drenaje y el alumbrado público, un buen trecho está en obra.
Correo Mayor, ¿desde cúando que no lo veíamos así?
Moneda, aunque usted no lo crea
a ver ¿que calle es esta?


Estos vendedores fueron más precavidos y dejan huella para saber dónde encontrarlos


Hasta limpia estaba la calle de La Sántísima

Esta es Mesones, ¿la reconocen?
¿Hasta que punto esto es normal? Los valores han cambiado y los derechos de la calle también. Si no encuentro un trabajo, si me han corrido del que tenía, si ya rebaso la edad, ¿De qué voy a vivir?
Esa es la pregunta que se hacía un señor que hace unos tacos fabulosos en la calle de Victoria y Marroquí, lo mejor de estos tacos como muchas otras taquerías es su salsa molcajeteada y martajada de chiles cuaresmeños bien picosos, nomás de acordarme de ella salivo haciendo un charquito sobre mi compu. Afortunadamente para él, la medida de veto al ambulantaje no comprende esas calles, de la que se salvó el Don y mi paladar. La que si no tuvo suerte fue una mujer que vendía exactamente a espaldas del Palacio Nacional, una señora con unas extrañísimas y originales gorditas de maíz azul martajado de forma triangular, las rellenaba de chicharrón prensado que ella misma sazonaba dándole un toque singular y eran exquisitas. Créanme que hablar de gorditas de maíz es hablar de lugares comunes, sin mayor pena ni gloria, pero cuando menciono estas es porque eran únicas y sabrosísimas. Antes, cuando andaba caminando por esas calles tenía la certeza que podría aguantar tanto regeetón rompiéndome los tímpanos, tantos empujones y bravuconadas de la gente por irme a deleitar de las extrañas gorditas triangulares de maíz martajado. Ahora las calles atrás del zócalo están vacías, sin escándalo, sin ambulantes, alguno que otro vendedor “torero” desafiando y afianzando su poder de venta. Pero la mujer de las gordas ha desaparecido. Quién sabe debajo de que piedra se habrá ido a meter, tampoco sé si los ambulantes regresarán a copar las calles ahora en la vomitiva temporada navideña, sólo sé que cuando voy al centro ya no puedo echarme mis gordas.