Le decía a mi hija Amanda que debíamos tomarnos el vino que trajo de su viaje. Ella alegaba que era mejor tomarlo para una ocasión especial. Fueron seis botellas que trasladó en sus hombros desde Mendoza a México, una regaló, quedaron cinco y otra nos tomamos el diez de mayo. Comida casera, sin mucho lujo, sólo el vino hacía la fiesta.
En estas tardes lluviosas y nubladas, la nostalgia se apodera de uno. Sobre todo en un domingo sin muchas cosas por hacer, quieres algo que caliente el cuerpo. Miras los vinos y suspiras. ¿Para que esperar mejores momentos? Lo más prudente en estos casos es hornear un buen pan de trigo entero, con hierbas como: albahaca, romero, tomillo, y un poco de aceitunas negras picadas. Abrir una botella de ese delicioso vino tinto y tomarlo así, nomás por el gusto de estar vivas, que no nos pase con las cuatro botellas que quedan lo que le pasó al viejo de este cuento de Gibrán Jalil Gibrán
Aquel viejo, viejo vino
Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él.
El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".
Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".
El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".
Y aún el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".
Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.
El día después de su entierro tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.
Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.
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