Uno como todo buen niño, al día siguiente de haberse atragantado con eso lo único que quería comer era cualquier cosa que no fuera la comida tradicional de esa época. La pesadilla continuaba en Año Nuevo y volvían a la carga los recalentados de los vecinos, la madrina o el amigo que no había venido antes a felicitarnos pero que, ¿adivinen qué nos traía para compartir? “Pruébenlos, me quedan bien sabrosos.” ¿Por qué mejor no nos traían buñuelos, capirotada o ya de perdis una buena Ensalada de Nochebuena? No señor, era Día de Reyes y en mi refrigerador seguía la presencia de dicho revoltijo materno e incluso de los ajenos.
Pero lo peor de toda esta historia es que alguna deformación sufrimos cuando nos hacemos adultos, algo sucede en nuestro inconsciente y recreamos en nuestro hogar ese mismo platillo para hacer sufrir ahora a nuestros hijos: Yo también hacía mi olla de romeritos y escribía la misma historia de pesadilla en la memoria de mis hijas. La diferencia es que con el paso del tiempo aprendí que no hay que comprar más de medio kilo de romeritos y entonces el consumo será aproximado para acabarse en un solo día, además que no acostumbro a comerlo en Navidad, sino en Semana Santa, ¿serán los recuerdos del recalentado que quiero evitar?
Año con año, el menú de las fiestas de fin de año se vuelve fiel, se repite, los platillos son ortodoxos, se impone la tradición. Es por eso que en estas épocas la añoranza viene acompañada de sabores familiares, que incluso como el caso que narré puede ir hasta con platillos que no nos fueron gratos, sin embargo nos marcaron indeleblemente.
Independientemente de los recalentados interminables, quiero desearles a todos un Feliz Año lleno de bendiciones, gracias por la dicha de ser.
