Son tantas las preguntas de adentro hacia fuera
que las respuestas se ahogan en la nada
¿si compro lo necesario, por qué es inevitable el desperdicio?
En la funeraria de los alimentos olvidados
echo de menos a mis padres antes que me dejen.
Las hermanas lechugas envejecen durmiendo
cada una sufre aislada
que las respuestas se ahogan en la nada
¿si compro lo necesario, por qué es inevitable el desperdicio?
En la funeraria de los alimentos olvidados
echo de menos a mis padres antes que me dejen.
Las hermanas lechugas envejecen durmiendo
cada una sufre aislada
su propio rencor familiar
y el empaque traidor de alto vacío
me muestra ante los invitados
me muestra ante los invitados
el moho que decora un pequeño jardín psicodélico.
Tengo tan bien domesticado al propio domador que llevo dentro
que aprendió a hacer caravanas complacientes frente al espejo.
Sólo se retrasa lo inevitable
mañosamente refrigerado.
m
m
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6 comentarios:
De adentro hacia a fuera... así es.
Justo hoy dentro de mi refrigerador escuché llamar... así como si tocaran a la puerta, tocaban en efecto a la puerta del refrigerador.
- "¿Cómo pudiste olvidarte de que estábamos aquí?", eso me preguntaron antes de explotar.
Saludos y mi admiración.
aun en el refri hay vida interior, que ni que...
me gusto mucho la pregunta: ¿si compro lo necesario, por qué es inevitable el desperdicio?
qué angustiaaaaaaaaaaaaa
Es cierto, yo también intento comprar siempre lo necesario, pero a veces hay algo que se me escapa... y eso me da mucha rabia...
Carmencita, con qué arte has descrito algo tan mundano! Me ha encantado tu post de hoy... :)
Una buena reflexión que me lleva a pensar que necesitamos menos de lo que realmente compramos. Deberíamos darle una tregua a nuestro estómago antes de que el frigo nos diera esas lecciones. Andamos hasta el cuello, es la era del consumismo y mira que intento ponerle barreras pero siempre entierro algún que otro calabacín o tomate, entonces me da la rabia.
En fin....
Inevitable. Qué buen post.
Cómo me duele a mi cada vez que algo excede la fase de cadáver saludable. Lo atribuyo a las malditas monjas del colegio donde estuve durante una década, que te regañaban por tirar hasta un pedacito de pan.
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