"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

miércoles, junio 14, 2006

Compartiendo el mismo plato


Estas vacaciones de la escuela han servido para visitar y convivir con amigos que tenía tiempo de no ver. Martha es una de esta lista.
Nos reunimos en El Quebracho, (Guadalquivir y Lerma) un restaurante argentino que tiene unos cortes de carne provocadores y suculentos, no muy económicos pero bien valen la pena. Como siempre pedí mi ensalada de berros, esta vez sólo con cebolla y como no tenía mucha hambre en esta convalecencia que sufro por sinusitis, sólo compartimos un bife de chorizo las dos.

Craso error, si a mí me gusta bien cocido, a mi amiga le gusta tres cuartos, entonces como buena amiga que soy, cedí ante su decisión. La carne llegó escurriendo sangre, no muy animada la partí en dos y mi amiga puso muchas objeciones, que si tenía mucha grasa, que si tenía pellejos, y lo que fue peor, que no le gustaba tan cruda. ¿Ah, verdad?, pues ni modo, te aguantas, me aguanto y mientras cerré los ojos para no ver lo rojo que estaba por dentro. Yo creo que los cocineros no la cocinaron tres cuartos, más bien la dejaron término medio. Ahí entre los parroquianos gritones por puros goles fallidos entre Polonia y Alemania me atipujé mi carnita, que cerrando los ojos no la sentía nada mal. A pesar de la dieta de mi amiga y mi dolorosa enfermedad pedimos dos “humitas” que estaban deliciosas. ¿Por qué a mí no me quedan tan sabrosas las empanadas argentinas? -Porque las horneas, las tienes que freír para que te salgan como estas. Bueno será para otra vez.

Saliendo fuimos por el regalo para Jaime, y como no nos acordamos donde estaba la tienda de artesanías de la India, decidimos pasar a preguntar al Tandoor, que está en Leibniz y Copérnico. Ahí estaban los dueños en una reunión y nos mandaron a la tienda de Gutemberg. Al salir de ahí, nos dijimos: Hace tanto tiempo que no venimos a comer comida pakistaní.
Llegamos a la tienda y empezamos a buscar una Lakshmi de bronce para Jaime, sólo encontramos una de sándalo y de repente llegó el dueño del restaurante y de la tienda. Entró muy cordial, le leyó la mano a Martha, dijo que tenía que bajarle al ego y cuidar su salud, y que debería usar amatistas y ámbares. Me tomó la mano sin mi permiso y gritó al verla: -¡Huy, tú estás viva de milagro!, has estado muy enferma. Lo tuyo es genético. Pero tienes suerte. También eres muy inquieta, muy nerviosa. Necesitas perlas.

Nadie, nadie me había leído la mano y en todo lo que dijo de mi amiga y de mí tenía razón. Entonces nos quedamos conversando y tomando chaí, hablando de las elecciones, del señor López, de comida indú, de la próxima visita a India de mi amiga, sugerencias de dónde comprar telas de algodón por allá y de la vida de Niaz Ahmad Siddiqui, un hombre encantador y totalmente asimilado a la cultura mexicana.

Nos fuimos, después de habernos regalado unas semillitas extrañas que para la abundancia (?) y nos quedamos con ganas de volver pero ahora al restaurante.

Yo, por lo pronto ya saben, necesito perlas. Aunque siempre haya pensado que son de ñora de Polanco. Ni modo ahora seré ñora de la Santa.

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