Las escaleras son como la vida: cíclicas, unas veces abajo y otras arriba; después del esfuerzo que da al subirlas, habrá algún momento en que se tendrá que bajar. La salud así fluctúa; se goza de ella o a veces toca sufrir la enfermedad, puede uno ocupar el poder o encontrarse en un puesto muy alto, para luego sufrir su pérdida. No hay mejor referente a esto que el juego de “Serpientes y Escaleras”: En el lugar número 43 del tablero hay un niño que se está ahogando, otro niño se lanza al agua para rescatarlo, hay unas escaleras que suben hasta el lugar número 84 y el niño arriesgado está siendo recompensado por su acción virtuosa.
Nunca falta una escalera en una película o novela de suspenso: “El criminal acecha lentamente, subiendo por la escalera”, “Bajó cuidadosamente por esa escalera que conduce a un oscuro sótano”. En la novelita de Aura hay unas escaleras que rememoro cuando visito a un amigo que vive en la misma calle de Donceles. Es en el Centro Histórico precisamente, donde he subido las escaleras de antiguos conventos convertidos en vecindades con los peldaños más leprosos y tristes que tenga memoria, escaleras de piedra, oscuras y viejas, orgullosas de permanecer todavía en pie. También ahí están las más hermosas, como las del Palacio Postal, o las del Antiguo Archivo de la Nación hoy Museo Nacional de Arte, o las del Museo de las Culturas, las escaleras del Palacio Nacional con el mural de Diego Rivera cubriendo las tres paredes que cuentan la historia de México, o del Palacio de Minería, que siempre me dejan sin aliento al subirlas. Las escaleras de un edificio de Venustiano Carranza casi esquina con Gante, han sido las más empinadas que conozco para subir por ellas. En un edificio ocupado por talleres de óptica y joyería en la calle de Motolinia, el descanso de sus escaleras es tan amplio que está instalado un local de material para joyeros, es un espacio aprovechado inteligentemente.
Las escaleras se vuelven castigos, y lugares donde cometer crímenes. Nunca falta una telenovela en donde se deshacen del malvado o de la buena-buena tirándolo por las escaleras. ¿Cuántas mujeres con embarazos no deseados se arrojan por las escaleras para interrumpirlo? Es un recurso barato para deshacerse de los indeseables.
Hay escaleras cómodas, escaleras incómodas, algunas trazadas por un mal albañil, que harán torpe el andar cuando uno suba por escalones más altos que otros, para que al final termine uno en el suelo; como las escaleras que están en la estación Bellas Artes del metro. Las escaleras abiertas que no tienen cubierto todo el escalón tampoco son cómodas para subir para cuando se trae falda, nunca falta el mirón morboso que levante la cabeza para ver algo más que un par de piernas. Subir una escalera de paso a desnivel es un riesgo, nunca se sabe quién aparecerá arriba, esa es una de las muchas razones por la que los peatones casi nunca las usan. Las escaleras se vuelven un peligro cuando se es anciano. Se busca por todos los medios tener el paso cómodo para transitar espacios en un solo nivel. A esa edad subirlas es un reto, bajarlas un peligro.
Las escaleras van muy ligadas con la urbe, con ciudades; en el campo sólo hay escalones. En la ciudad una escalera es hacinamiento, en el campo es sólo una armazón de madera o metal para subir pisos altos. En provincia hay escaleras juguetonas que conducen al campanario, es tan divertido subir por esas escaleras sintiendo la emoción en el corazón, sabiendo que al final se va a obtener la recompensa de tocar campanas enormes. También están las escaleras claustrofóbicas de los faros, que son en caracol y van de más a menos, es decir son como un catalejo invertido. Muchas escaleras son un arte en la forja de sus barandales y pasamanos. Las escaleras se revisten y sus escalones pueden estar forrados de hermosos azulejos. Maurits Cornelius Escher
el creador de edificios imposibles, es el mejor artista para crear escaleras espaciales, de sueño y pesadilla. Como el sueño de Jacob, cuando vio una escalera que estaba apoyada en el suelo y subía hacia el cielo por donde bajaban los ángeles de Dios. De ahí se inspiraron para la canción de la Bamba. Hay escaleras de escenografía, por donde subía y bajaba con sus largos vestidos de raso Scarlett O´Hara en “Lo que el viento se llevó”, o como las que usan en los salones de fiesta que no conducen a ningún lado, simplemente están ahí para que, detrás una cortina que ponen al final de la escalera se abra triunfalmente y descienda con pasos coquetos, escalón por escalón, con toda la atención puesta en ella, la quinceañera.
Hay enormes escaleras públicas en las líneas del metro, en especial la línea siete, escaleras enormes, que afortunadamente no es necesario subirlas, siempre y cuando las eléctricas no estén descompuestas, pocas veces me ha tocado subirlas al estar las dos eléctricas descompuestas, son interminables y es penoso ver a la gente mayor, detenerse al borde del ataque cardiaco porque le faltan las fuerzas para continuar.
Las escaleras son herramientas de trabajo, imposible imaginarse un bombero sin escaleras, están ligadas con la industria de la construcción o al mantenimiento de limpieza de ventanas. Las escaleras también se pueden convertir en los mejores asientos para descansar, hay escaleras frescas de mármol o granito que en tardes calurosas es muy cómodo sentarse en ellas. ¿A quién no le ha tocado ver o estar sentado en una escalera en el cine con sobrecupo? Esas escaleras están forradas de alfombra, son sordas, los pasos que las transitan quedan atrapados, sofocados en sus escalones.
Finalmente, las escaleras siempre serán el último medio para salvarse en casos de incendio o temblor. Los elevadores en esas condiciones se vuelven un medio inútil y hasta peligroso. Pero ... ¿cuántas historias pueden ser contadas de un elevador?
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