"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

domingo, enero 21, 2007

Chocolaterapia


Tengo vecinos muy especiales (doña Perra y sus perritos no es especial, esa está loca) entre ellos está Pinky. Ella tiene como treinta años y creo que ha tenido la misma cantidad de oficios, de los cuales se siente orgullosa, además de ser pedicurista, reflexóloga, dealer, encuaderna libros a mano, es cosmetóloga, vagabunda, clarividente, vendedora de avón y jafra, peluquera, mucama, prostituta, cajera del súper, ahora se dedica a dar terapias de chocolate. Chocolaterapia la llama ella, yo no tenía ni idea que algo así existiera. Lo primero que pensé fue que se trataría de una sesión para elevar el nivel de endorfinas con el consumo indiscriminado de un chingo de chocolate. Algo así como un carrusel de orgasmos orales con trufas y ganaches.
Desde noviembre me estuvo buscando para que tomara a una sesión gratis, pero por esos días hacía tanto frío que no se me antojaba encuerarme en casa ajena. Además le dije que en todo mi cuadrante superior derecho tengo prohibidísimo que se me dé masajes, piquetes, pellizcos y demás. Ella entendió, pero no dejó de insistir. El viernes por la mañana que yo regresaba de hacer ejercicio me la encontré, y como ya estaba mansita como burra trabajada le dije que sí.
Llegué a su casa como a las 6 de la tarde, en lo que solía tener su sala atiborrada de figuras de ángeles y pendejaditas del feng-shui, ahora había un ambiente más intimista, más propicio para el fin: tenía una mesa llena de velas que olían a canela y manzana, en la pared había una foto de una mujer envuelta en chocolate, y muchos folletos de lo que es la chocoterapia, con fotos de chocolatitos que estaban para derretirse en la boca. Me recostó en una cama de plástico bastante alta, tenía el horno de microondas a un lado, varios refractarios con cositas dentro y una fuente chocolate fluyendo como de unos 50 cm. de alto. Lo que más me gustó fue la fuente.
Comenzó con masajitos de manteca de cacao en los pies, piernas, nalgas, espalda, brazo (nomás uno, por el problema del linfa), luego me colocó una mascarilla abrasiva de cacao y menta en la cara, puso un tratamiento de manteca de cacao y almendras en el cabello. Tomó después de la fuente una generosa cantidad de chocolate y la untó por todo el cuerpo. Me sentía un pastel Sacher en medio de su sala y que en un momento a otro iba a ser dividida en rebanadas como pastel de cumpleaños.
Llegué a mi casita suavecita, relajada, oliendo a cacao y almendras y con cara de profiterol como a las nueve de la noche, pasé las mejores tres horas del año en casa de Pinky.

4 comentarios:

Asilo Arkham dijo...

¡Ay, Dios mío! No sé por qué de repente me dieron ganas de comer muñequitas de chocolate.

Anónimo dijo...

carmen:
¿Y qué hiciste después de ese baño de
chocolate?
me dejaste con hambre

María Tabares dijo...

¡Increible eso! Yo tampoco sabía que existía. Sabía sí, que existía una artista plástica que hace siempre sus esculturas y pinturas con chocolate, pero, que uno podía ser una de ellas, no.
Chieveree Carmen, para relamerce. Jijiji

Anónimo dijo...

Yo quiero su telefono, eso suena relajadisimo.

Poly