Tenía la cabeza llena de sueños por cumplir, como tantas muchachas que habían conseguido trabajar en la maquiladora. Ella laboraba en el tercer turno soldando bocinas para automóviles Chrysler de lujo, que con su estruendo llamarían un poco la atención a tanta indiferencia.
Yo recibía los piropos majaderos y las caricias que le hacían con la mirada los hombres al contemplar su figura por detrás.
Pero sucedió que un día a Leticia y a mi nos separaron, la perdí para siempre. Una vez estando yo arropándola sentí como su cuerpo se invadió en una ráfaga de miedo helado y sordo, sentí su impotencia y dolor. Sus gritos me cubrían cuando me arrancaron de sus piernas ensangrentadas. No pude entender esa noche estremecedora, cruel y sangrienta sin ella, ni la otra, ni las noches de los meses siguientes. Yo al menos me convertí en una prenda sucia, una mitad chamuscada y otra hecha jirones. Escondido en esa bodega, rodeado de otros pantalones como yo, y otras prendas igualmente despedazadas: faldas, pantaletas, medias, brassieres, zapatos, todos cubiertos de polvo y olvido. Después de estar ahí tanto tiempo, fui el único escogido de entre tantas piezas que llaman pruebas, mudos despojos que aun palpitan con una tragedia personal. Y sí, salí a cubrir un cuerpo que no era el de Leticia. Encajar en ese pellejo seco, mutilado no fue fácil...
-Ésta es Leticia -así me presentaron adentro de una bolsa negra, ante la mirada incompresible de la madre.
-Es el pantalón que usaba ella el día de su desaparición, de acuerdo a los datos que usted nos dio. ¿Encuentra algo que reconozca de ella entre esos huesos y el cráneo?- dijo el policía.
1 comentario:
Puedo decir que yo escuché esta historia narrada por su autora. Creo que tu voz le da un "extra" de misticismo. Carmen... estás bien loca, lo cual me parece condición mínima requerida para querer escribir. Vas por buen camino.
Publicar un comentario